Escribe Andrea Perilli
Hace 50 años, la fiebre revolucionaria brotaba por los poros de Latinoamérica. Experiencias propias y ajenas llenaban el imaginario de los jóvenes y las sociedades que emprendían la búsqueda de un mundo mejor, más justo, donde cupieran todos, donde quienes una vez habían sido derrotados recuperaran su dignidad arrebatada. En ese fervor se gestó una obra que iría a plasmar la realidad de nuestra América Latina, pero también narrar su pasado y atisbar su futuro. Nacían “Las Venas Abiertas de América Latina” de la mano de Eduardo Galeano.
Un libro insignia en la literatura latinoamericana, nunca estuvo ajeno a la turbulencia de la época en que nació. En sus páginas se encarnó la rebeldía de las sociedades que buscaban cambiarlo todo, pero también se convirtió en una obra prohibida por los regímenes autoritarios que brutalmente se instalaron en la región. Hoy, habiendo atravesado tormentas y exilios, está plenamente latente y vigente, y celebramos medio siglo de que “Las Venas Abiertas” aparecieron para cuestionarlo todo.
Por paradójico que suene, quizás debamos comenzar a hablar sobre “Las Venas Abiertas” tomando como punto de partida su final, más precisamente el epílogo que Galeano escribió siete años más tarde, en 1978. “Este libro ha sido escrito para conversar con la gente”, sentencia, y caracteriza así la naturaleza de la obra. No estamos ante un texto académico, ni una novela histórica, sino que se trata de un conjunto de narraciones y memorias de la historia regional que invitan a dialogar y pensar sobre ellos. “Las Venas Abiertas” es entonces una invitación a las entrañas del ser y el sentir latinoamericano.
Esta nota no busca reseñar este libro, algo que se tantas veces se ha hecho, aunque sí vale repasar que en sus páginas se cuentan las historias del cruel despojo que se inició con la conquista a América y el período colonial, se narra cómo los libertadores soñaban con una Latinoamérica única y consolidada, llegando hasta las desigualdades que prevalecieron en el siglo XX, y aquellos que se atrevieron a soñar con erradicarlas. En “Las Venas Abiertas” se funden las vivencias del autor, con testimonio que recogió en los viajes de su vida, y datos de historias que salen de los libros y revistas.
El hilo conductor no lo llevan héroes novelescos, sino ciudadanos de a pie. Son los pueblos latinoamericanos quienes de capítulo a capítulo dan forma a las historias allí narradas. Los próceres y los líderes, que tanto pueblan las páginas de los libros de historia, aparecen aquí como meros ideólogos de sus luchas, pero son las masas que pasan por la Historia con hache mayúscula sin pena ni gloria a quienes Galeano considera los verdaderos artífices de sus gestas.
“Las Venas Abiertas” es hijo de su época. Aparece en el fervor revolucionario de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, donde más que nunca se cuestionaban y se ponían en jaque las desigualdades que por tanto tiempo habían dado forma al continente. En una revista que editara la Biblioteca Nacional años atrás, se define al contexto del surgimiento del libro como “Una acción revolucionaria que para Eduardo Galeano supuso escribir”.
Para este Galeano inmerso en su época, en su entorno que buscaba cambiarlo todo, su acto revolucionario podría resumirse con sus propias palabras: a través del libro, él tenía “la intención de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente”. En las más de trescientas páginas que hacen a la obra, la narración transita por diversos rincones de América Latina y desnuda la cara tantas veces oculta de la historia. Desde los mineros bolivianos que sucumbían ante sus inhumanas condiciones de trabajo, hasta la guerra de la Triple Alianza, tan maquillada en el relato histórico de nuestro país. Son los que la Historia condenó a ser perdedores a quienes Galeano rescató e inmortalizó en su obra.
Me atrevo a afirmar que no hay Galeano sin socialismo, y no solo por los ideales plasmados y latentes en su obra, sino también por su vinculación desde temprana edad con nuestro Partido. A los 14 años ya colaboraba con este mismo periódico como caricaturista, y años más tarde, lo haría desde las palabras, llegando a convertirse incluso en jefe de redacción de El Sol, para luego pegar el salto a otras publicaciones nacionales e internacionales. Su vínculo con sus contemporáneos en el Partido puede verse incluso en las páginas de esta obra, donde cita los trabajos de Vivián Trías al menos una decena de veces, y plantea cuestiones que el pedrense se hacía años atrás, de las cuales Galeano también se embandera.
Es posible encontrar en sus trabajos para El Sol el germen que luego constituiría “Las Venas Abiertas”. Las desigualdades de nuestro continente, el destino de los históricamente marginados, y los caminos comunes transitados por nuestros pueblos, son algunos de los tópicos que un joven Galeano abordaba en las páginas de nuestro periódico. En una nota de 1961, titulada “América Latina, pedazo pobre del mundo”, decía que “No se pueden encarar soluciones a todos estos problemas, sino a la luz del fenómeno imperialista”.
El legado de Galeano en la construcción de sentido y pertenencia a una Patria Grande es tan importante que esta obra es parada obligatoria para cualquiera que quiera adentrarse en esta causa. ¿Qué es, o más bien, qué hace a la Patria Grande para él? “América Latina aparecía en el escenario histórico enlazada por las tradiciones comunes de sus diversas comarcas, exhibía una unidad territorial sin fisuras, y hablaba fundamentalmente dos idiomas del mismo origen: el español y el portugués. Pero nos faltaba, como señala Trías, una de las condiciones esenciales para constituir una gran nación única: nos faltaba la comunidad económica”. Es ese problema económico el que tanto aqueja e interpela a Galeano en las páginas del libro.
Si bien anteriormente mencionábamos que Galeano no sitúa en el centro a las figuras históricamente conocidas, sino a las masas que dieron vida y forma a las revoluciones sociales, sí lleva a cabo el trabajo de resignificar el legado de personajes como Tupac Amaru, Bolívar, Artigas, Rosas, Cárdenas, o Goulart. Sobre el Padre de los Pueblos Libres, ahonda en su Patria Grande soñada, hecha añicos al poco tiempo, pero cuyas banderas Galeano invita a levantar para aún seguir peleando por los ideales de una integración fraterna en Latinoamérica. La invitación a volver a dar vida al “proyecto nacional de sus héroes más lúcidos” no estará explícita, pero sí se transmite al sumergirnos en la historia.
El párrafo con que concluye el libro redondea la importancia de pelear por una América Latina unida, cooperativa, y hermanada “Los despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, en sus manos la tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”.
A medio siglo de su publicación, las líneas de esta obra maestra de Galeano aún viven y nos invitan a animarnos a hablar de nuestras patrias, de sentirnos orgullosos por ella. Sigue latente ese mensaje de no ver a nuestros vecinos regionales como enemigos, sino tenerlos presentes como nuestros hermanos. Los caminos de la Patria Grande pueden y deben ser transitados juntos.