20 de mayo. Marcha del Silencio en emergencia sanitaria. Intervención del Diputado Gonzalo Civila

SEÑOR PRESIDENTE (Martín Lema).- Tiene la palabra el señor diputado Gonzalo Civila López.

SEÑOR CIVILA LÓPEZ (Gonzalo).- Señor presidente: vivimos tiempos muy especiales, tiempos de emergencia, en los que a veces hay que relegar un poco las palabras para concentrarse en las acciones, en primer lugar el gobierno, pero también aquellos a los que nos toca jugar otros roles.

Paradójicamente, hoy, un día que hace veinticinco años está signado por el silencio más profundo, nos parecía importante hablar. Porque si no podemos movilizarnos como lo hacemos siempre, no vamos a dejar de expresar el sentido de una causa ética y una lucha tan trascendente como la que cada 20 de mayo se despliega y que, en realidad, está presente en la vida cotidiana de tantas uruguayas y de tantos uruguayos.

Creo que, además, es importante que estas palabras se digan en el Parlamento de la República, porque es casa democrática y también porque la acción terrorista del Plan Cóndor contra cuatro ciudadanos uruguayos, entre ellos, dos integrantes de este Cuerpo, miembros de distintos partidos políticos, dio origen a esta fecha tan especial.

Como decían algunas compañeras y compañeros de la bancada del Frente Amplio y otros diputados, estamos viviendo un despliegue enorme de creatividad. Como no podemos movilizarnos en la calle en las mismas condiciones que lo hacemos cada año, son muchas las iniciativas, las ocurrencias, la colaboración que a través de medios virtuales y también de intervenciones físicas se están dando por estas horas, inclusive, algunas de carácter internacional.

Hace un rato, leímos sobre la intervención de una organización desde París, con muchas uruguayas y uruguayos dispersos por el mundo, que también acercaba una iniciativa y un testimonio sobre lo que nos tocó vivir y sobre la deuda que todavía tenemos pendiente como país.

Antes de entrar en el centro de lo que quería decir, me voy a referir a algunas cosas que se mencionaron en sala, porque creo que no se pueden dejar pasar.

Claro que todas las vidas humanas valen y claro que ninguno de nosotros puede pretender establecer una jerarquía entre vidas humanas, pero no se puede mezclar todo, porque cuando entreveramos así las cosas, francamente, creo que contribuimos bastante poco a la causa que estamos trayendo hoy a este plenario. ¿Cómo se podría sentir el pueblo judío si en un acto sobre el Holocausto se hace referencia a bandos o se habla de los desaparecidos por delitos comunes? ¿Cómo se podría sentir? ¿Cuál sería el saldo de tantos años de lucha que se desprendería de esas palabras? No; no es todo lo mismo, y creo que la intervención que hacía nuestra compañera, la señora diputada Lilián Galán, que en ningún momento estableció jerarquías de vidas, ni dijo que tal vida valía más que tal otra – nunca haríamos algo así, porque sería horrible-, pone en perspectiva de qué estamos hablando.

Estamos hablando de hechos que implicaron terrorismo de Estado, que implicaron un plan sistemático, internacional, regional y también nacional, con determinados objetivos políticos, sociales y económicos, como también dijo hace un rato el señor diputado Vega Erramuspe. Por lo tanto, no se puede mezclar todo, porque creo que le hacemos un flaco favor a esta causa.

Me interesa centrar esta intervención en el tema del silencio. El silencio, el del 20 de mayo por ejemplo, puede ser una herramienta poderosa de denuncia, pero también un espacio de reflexión, de creación, de interiorización que mueva al cambio; una invitación a la profundidad o una forma de decir lo que no puede ser dicho, porque no dan las palabras. “De lo que nada puede decirse, mejor callar”, decía Wittgenstein.

Las madres, los hijos, las familias, nos enseñaron todo esto con su testimonio persistente e insobornable, como el que traía Verónica hace un rato. Los que vamos a la marcha lo experimentamos cada año con una sensación hasta física, que tampoco podemos describir. Es un silencio habitado, poblado, lleno de significados y de presencias, cargado de misterio, diría yo. ¡Qué interpelación ética más profunda la del silencio masivo y movilizado!

Pero hay otros silencios, también, señor presidente. Lo decía hace un rato el compañero diputado Gerardo Núñez: está el silencio cómplice de los que, sabiendo la verdad, prefieren callar. Ese es un silencio egoísta, mentiroso, sucio. Es un silencio corrupto y corruptor, el del pacto de omertá, que no es fraterno ni es valiente; es cobarde, es corporativo y es criminal.

Unos y otros silencios hablan, como también hablan las justificaciones y las victimizaciones de quienes no están dispuestos a reconciliarse con la historia, con la democracia ni tampoco con el humanismo más básico, porque aquí no hubo una guerra o dos demonios lo vamos a decir todas las veces que sea necesario, sino terrorismo de Estado contra el pueblo, y tampoco nos vencieron, ni vencieron a nadie; pero el «Curad a los heridos» y «Respetad a los prisioneros» artiguista tiene plena y absoluta vigencia igual.

En 1982, Perico Pérez Aguirre, desde la revista La Plaza, decía algo que me parece muy concluyente. Lo decía, ese sí, con valentía profética y retomando los fundamentos de la lucha de nuestros mártires: «Que quede claro por fin, mientras en nuestro país existan grupos sociales oprimidos no podrá darse una auténtica reconciliación política. Ante todo la libertad y la justicia. Mal podrá reconocerme el otro como amigo o como hermano, si no respeto sus derechos, su libertad […]».

Y en 1996, repetía: «Se ha dicho que hurgar en estos acontecimientos del pasado es abrir nuevamente las heridas. Nosotros nos preguntamos por quién y cuándo se cerraron esas heridas. Ellas están abiertas y la única manera de cerrarlas será logrando una verdadera reconciliación que se asiente sobre la verdad y la justicia respecto de lo sucedido. La reconciliación tiene esas mínimas y básicas condiciones». Me parece que este pensamiento de Perico está absolutamente vigente.

Él hablaba también de lo que viven los familiares que no pueden cerrar un duelo; de la tortura permanente a la que son sometidos hoy por no saber si están vivos o muertos; del olvido como signo de debilidad y de miedo al futuro; de la impunidad y, como contracara, de la memoria; de cómo algunos verdugos buscarán por todos los medios impedir que se puedan hacer explícitas las razones que tiene este pueblo para no olvidar lo que pasó.

Hoy, después de dos meses de pocos discursos, de tratar de decir lo justo, hacemos uso de la palabra en esta sala para expresar, desde lo más profundo de nuestro corazón, que también nos corresponde la autocrítica por lo poco que pudimos hacer para desarmar la impunidad, y repetimos con la misma convicción de siempre: memoria, verdad y justicia.

Memoria agradecida por la vida y la lucha de nuestras compañeras y nuestros compañeros, tantos que nos fueron arrancados tan jóvenes. Memoria del horror motivado por la acción del imperialismo sobre la región, de los poderosos del país para instaurar un proyecto económico y social regresivo, de una alianza cívico-militar que quiso pisotear la dignidad de un pueblo, violando y suprimiendo identidades, secuestrando, cometiendo un sinnúmero de ilícitos económicos, transfiriendo ingresos de los pobres a los ricos. Memoria de denuncia y anuncio de la verdad y la justicia

Justicia, que no es venganza: es ética democrática puesta en acción; es futuro porque nos reconcilia con nosotros mismos y nos encamina a la no repetición.

Justicia que no es sobre el pasado, sino sobre el presente, porque los desaparecidos siguen desaparecidos hoy; no están perdidos: fueron desaparecidos.

Verdad, porque solo la verdad nos hará libres.

Hay silencios que nos duelen y que mancillan también la dignidad de los que callan. Los que sepan, que hablen; que digan, ¿dónde están?
Gracias, señor presidente.
(Aplausos en la sala y en la barra)